domingo, 30 de septiembre de 2012

Li - Fi: internet inalámbrico a través de la luz

 – Una bombilla suspendida sobre una cabeza humana ha sido por mucho tiempo el símbolo de una gran idea que todo inventor desea tener.
Pero para el físico alemán Herald Hass, es la bombilla misma la que le proporciona la inspiración para su gran idea.
Hass y su equipo en la Universidad de Edimburgo, en Reino Unido, son los cerebros detrás de una nueva tecnología patentada que usa los rayos de luz parpadeante para transmitir información digital de forma inalámbrica, un proceso conocido como Comunicación de Luz Visible (VLC por sus siglas en inglés).
“Mi gran idea es convertir a las bombillas en dispositivos de comunicación de banda ancha… para que no sólo proporcionen iluminación, sino que sean una herramienta útil también”, dice.
Haas dice que los datos pueden enviarse al agregar un microchip a cualquier bombilla LED común, haciéndola ‘parpadear’ –encenderse y apagarse- a una velocidad fenomenal, millones de veces por segundo.
Es esta característica que permite a las bombillas transmitir información en un flujo de código binario que, aunque invisible para el ojo común, puede ser detectado por un receptor de luz.
“Es como enviar una señal en código Morse con una lámpara, pero a un ritmo mucho mayor y usando el alfabeto que las computadoras entienden”, explica Haas.
La implicación es que donde sea que uno tenga una bombilla –y hay un estimado de 14.000 millones de ellas en el mundo- tienes la posibilidad de tener conexión inalámbrica a internet. En práctica, eso significa que cualquier poste de luz en las calles podría ser un hotspot
de internet. Pero la comunicación VLC, o ‘Li-Fi’ como ha sido apodada, hace más que sólo aumentar el acceso a internet.
La tecnología dominante usada para la transmisión inalámbrica de datos, Wi-Fi, es transmitida por medio de señales de ondas de radio. No obstante, las ondas de radio representan sólo una pequeña fracción del espectro electromagnético y por eso, mediante crece la demanda por conectividad inalámbrica, el suministro disponible disminuye.
El problema se resume en la frustrante experiencia de sentarse en un café-internet, viendo con impotencia cómo más y más personas conectan su aparato a la red, haciendo que la velocidad de tu explorador marche a paso de tortuga.
Lo mismo es cierto para las redes móviles 3G, que opera con un sistema crecientemente congestionado de alrededor de 1.4 millones de antenas de radio para celulares en todo el mundo.
Entretanto, el número de bytes que transmitimos a través de dispositivos móviles se duplica cada año, según muestra un reporte de Cisco Systems.
Sin embargo, Haas asegura que su tecnología representaría una gran parte de la solución.
“El espectro de luz visible es 10.000 veces mayor que el espectro de frecuencia de radio”, explica.
Una menor congestión significa mayor ancho de banda y Haas dice que las tasas de transmisión usando ‘Li-Fi’ podrían ser tan grandes como un gigabit por segundo, lo que significaría que las descargas de películas en alta definición podría tomar menos tiempo que enviar un mensaje de texto.
Para Haas, la belleza de su tecnología es que –a diferencia las señales de ondas de radio que son generadas por grandes antenas de mucha energía, la VLC casi no requiere nueva infraestructura.
“Usamos lo que ya se tiene”, dice. “El espectro de luz visible no está siendo utilizado, no está regulado y con él podemos comunicar a altas velocidades”.
Pero la tecnología tiene sus limitaciones.
Thomas Kamalakis, profesor del Departamento de Informática y Telemática de la Universidad Harokopio de Atenas, elogia el trabajo de Haas pero advierte que no se puede sobreestimar su potencial.
“Desde luego un problema es que la luz no puede pasar a través de los objetos, así que si un receptor es bloqueado de cualquier forma, la señal se cortará inmediatamente”, dice Kamalakis.
Mark Leeson, profesor de la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Warwick también pronostica muchos desafíos.
“La inquetud es: ¿cómo un teléfono móvil se comunicará con la fuente de luz?”, pregunta Leeson.
Ambos son temas válidos, dice Haas, pero tiene una solución sencilla.
“Si la señal de luz es bloqueada, o cuando necesites usar tu dispositivo para enviar información, puedes perfectamente volver a las ondas de radio”.
La VLC no es la competencia del Wi-Fi, dice, sino que es una tecnología complementaria que eventualmente debería ayudar a liberar el espacio en el espectro de ondas de radio.
“Seguimos necesitando al Wi-Fi, seguimos necesitando sistemas celulares de radiofrecuencia. No puedes tener una bombilla que proporcione datos a un objeto que se mueve a alta velocidad o para proporcionar datos en un área remota en donde haya árboles y paredes y obstáculos”, dice.
Aunque el uso generalizado del ‘Li-Fi todavía es lejano, podría tener algunas aplicación útiles a pequeña escala en el corto plazo.
Por ejemplo, Haas dice que podría transformar los viajes aéreos al permitir que las luces de cabina conecten móviles y computadoras portátiles durante el vuelo; también podría mejorar las condiciones para quienes trabajan bajo el agua –como las personas en plataformas petroleras- en donde las ondas de radio no pueden penetrar; las luces de los coches podrían incluso advertir a los conductores cuando otros vehículos están muy cerca.
Haas también vuelve una de las debilidades percibidas de esta tecnología –la incapacidad de la luz de penetrar objetos- en una fortaleza:
“Li-Fi ofrece más seguridad de transferencia de datos porque sólo puede ser interceptada por aquellos que estén dentro de una línea de visión de la fuente de luz”, explica.
“El espectro electromagnético que podemos ver es muy simple, y si ese espectro puede ser un motor que proporcione algunas de las necesidades fundamentales de las sociedades modernas como comunicación de alta velocidad, ¿no sería eso genial?”.
http://cnnespanol.cnn.com/2012/09/30/li-fi-internet-inalambrico-a-traves-de-la-luz/

domingo, 23 de septiembre de 2012

Los bosquimanos y los hotentotes, los pueblos más antiguos del mundo

Los investigadores de las Universidad de Uppsala (Suecia) y de la de Witwatersrand (Johannesburgo) señalan que los Khoi-San, como también se conoce a estos dos grupos humanos, son descendientes de la más temprana diversificación en la historia de la humanidad, ocurrida hace unos 100.000 años, mucho antes de la migración fuera de África de los seres humanos modernos.
Los investigadores creen que este estudio ayudará a las poblaciones africanas a «reclamar su lugar en la historia del mundo». Además, pondrán los datos del genoma a disposición de la comunidad científica, ya que la información genética puede ser muy útil para fines médicos.
Los pequeños bosquimanos (hombres del bosque), tradicionalmente cazadores recolectores, y los hotentotes (hombres de los hombres), un pequeño grupo étnico nómada, se caraterizan por su lenguaje clic, unos chasquidos similares a los que hacemos para indicar fastidio.
El estudio arroja luz sobre la manera en que las poblaciones humanas modernas alrededor del mundo emergieron a partir de la compleja historia evolutiva en África y sugiere que estudios genómicos similares podrían descubrir más secretos sobre los orígenes de los humanos modernos.
http://www.abc.es/20120921/ciencia/abci-bosquimanos-hotentotes-pueblos-antiguos-201209211139.html

Egoístas o ignorantes

Pulitzer y Sarmiento, dos tipos de periodismo.
El lector se encuentra en esta edición con un diario de muchas más páginas. Es una edición aniversario, que sale con más avisos. Y más que ninguna en sus siete años de existencia, a pesar de seguir incumpliendo el Estado el fallo de la Corte Suprema de Justicia que lo obliga a colocar publicidad oficial en este diario.

El relanzamiento de PERFIL, el domingo 11 de septiembre de 2005, coincidió con el día en que se recuerda a Sarmiento. Este año la Presidenta también recordó a Sarmiento pero como ejemplo del periodismo militante, tan generoso en adjetivos como avaro en rigor técnico. Moreno es otro ejemplo que se utiliza para dignificar al actual periodismo militante, porque en los tiempos de la Revolución de Mayo recomendaba minimizar las noticias que pudieran ser negativas y magnificar las favorables.
Extrapolar ejemplos de la historia y traerlos al presente puede ser tan injusto como juzgar severamente a Sócrates o a Washington por haber sido esclavistas, cada uno en su tiempo. El periodismo en el siglo XVIII y gran parte del XIX era casi todo militante.
Cuando en 1868 Sarmiento fue embajador en Estados Unidos, por entonces instalado en Nueva York, Joseph Pulitzer aún no había comprado el New York World (lo hizo en 1883) y no había empezado la revolución del periodismo que modificaría la historia de nuestra profesión, primero en su país y progresivamente en el resto del mundo. Hasta ese momento, en su gran mayoría los diarios estaban asociados a partidos y el periodismo era una rama de la política.
Pulitzer, no sin ambivalencias, errores y acciones muy criticables, convirtió el periodismo partisano en periodismo profesional, comercial o autosustentado. No se trata de una rareza del periodismo: la mayoría de las actividades humanas nacieron fusionadas unas con otras. En la medida en que las sociedades fueron progresando, las disciplinas que antes eran una sola pasaron a tener autonomía. Con sólo ver las carreras universitarias de hace un siglo y las de hoy alcanza para comprenderlo.
Volver al periodismo de Moreno o Sarmiento es, de alguna forma, retornar a la época de Eduardo VII y Napoleón por un lado, o Rosas, Urquiza y Mitre por el otro, momentos fundacionales de la Argentina como nación y como república. Obviamente, si la integridad de la patria estuviera en juego, se justificaría esa regresión. Pero son muy pocas las ocasiones extraordinarias que justificarían vaciar el periodismo de su inédito aporte a la sociedad para sustentar a la política.

Tras ser elegido diputado en 1885, Pulitzer renunció meses después por no encontrar en la política una actividad que lo entusiasmara más que el periodismo.
La oposición entre periodismo militante y periodismo –casi podríamos decir– moderno es una prolongación de una batalla mucho más amplia que hoy atraviesa a toda la sociedad argentina, que encontró en el cacerolazo de hace diez días y en la reacción posterior del kirchnerismo uno de sus picos.
Desde la perspectiva del oficialismo, quienes protestaron son egoístas o ignorantes, no comparten lo que el Gobierno hace porque tienen algún privilegio que se ve amenazado, o se trata de personas que no comprendieron su tiempo o están mal informadas por los medios hegemónicos que las alienaron.
Pero no sólo el kirchnerismo tiene esa visión reducida de sus críticos: algunos de los que critican al Gobierno también ven a sus defensores como egoístas, ya sea porque cuidan un puesto en el Estado, que perderían, o porque desconocen el mundo actual al quedarse sólo con libros escritos en la década del 70 y el 80 o los producidos por franceses o italianos, y casi nada de los autores anglosajones.
La acusación de egoístas es injusta con muchos de los defensores del kirchnerismo, que no perderían nada material con otro gobierno y dicen lo que piensan con absoluta convicción. También es injusta con muchos de los críticos del kirchnerismo, que tampoco ganarían nada material con un cambio de gobierno.
Ante la acusación de ignorantes que “se quedaron en los 70” (a los K) o que “se quedaron en los 90” (a los no K), cabría reflexionar acerca de la metáfora de Hegel sobre el búho de Minerva, la diosa del conocimiento, conocimiento que siempre llega tarde porque sólo vuela al romper el crepúsculo; o sea, llega atrasado, explica las cosas cuando ya pasaron y no puede cumplir la función de mensajero del alba. En síntesis: ¿quién puede estar seguro de saber lo que será correcto para el futuro? “¿En qué sentido exactamente está la Bondad ahí afuera esperando ser representada exactamente como consecuencia de una argumentación racional?”, escribió Richard Rorty una vez.
Probablemente, la Argentina actual precise que los sectores más enfrentados políticamente dejen de pensar a su oponente como un egoísta o un ignorante.
Para alejar el riesgo de caer en la violencia política hay que reconciliar visiones, y es imperioso encontrar un terreno común que permita comunicarnos y escapar a la inconmensurabilidad metafísica que nos aísla en mundos diferentes, encerrados dentro de un paradigma no interconectable con el de los otros, que pone en riesgo la idea misma de racionalidad. Precisamos convenciones que permitan un lenguaje común de observación neutral para poder dialogar. No hay conmensurabilidad entre grupos que tienen paradigmas diferentes de lo que resulta una explicación acertada. No se trata de una guerra en la que se le impone al otro el vocabulario del vencedor.
La única noción posible y utilizable de objetividad es la de acuerdo. El periodismo moderno, después de Pulitzer y post Sarmiento, asume la objetividad como una propiedad de aquello que, al haber sido ampliamente discutido, es elegido por consenso como racional. Sin consensos mínimos no habrá periodismo, sólo militancia; ni tampoco política, sólo guerra.
http://www.perfil.com/ediciones/2012/9/edicion_713/contenidos/noticia_0007.html

El largo viaje del pequeño hobbit

Se cumplen 75 años de la publicación de la gran obra de Tolkien, precuela de «El señor de los anillos»

Corría el verano de 1929 en el Pembroke College de Oxford, y algo mágico estaba a punto de suceder. El profesor Tolkien, un joven profesor de literatura inglesa, se encontraba en su despacho corrigiendo exámenes de graduación, cuando encontró uno en blanco. Miró la hoja durante unos minutos, lamentando todo aquel espacio desperdiciado. Y después, sin venir a cuento, escribió en ella treinta y cinco letras: «En un agujero en el suelo vivía un hobbit». Una única, fundacional frase destinada a cambiar la historia de la literatura fantástica, convertir a su autor en un icono universal y alimentar los sueños de millones de personas durante décadas.
Pero entonces sólo era eso, una frase aparentemente escrita al azar. ¿Qué diablos era un hobbit? pensaba Tolkien mientras regresaba a casa junto a su mujer y sus hijos. No lo sabía, pero estaba dispuesto a averiguarlo. Aquel hombre sencillo, amante de la buena comida, el tabaco de pipa y los paseos bajo los árboles, disfrutaba enormemente de su familia. No es de extrañar que la historia de esa recién bautizada criatura fuese tomando la forma de un cuento infantil.
El pequeño Bilbo Bolsón era a todas luces un trasunto de Tolkien: campechano y alegre, que vivía en una arcadia campestre y segura no muy distinta al Oxford donde su creador daba clases. Pero como no hay literatura sin conflicto, la paz del pequeño Bilbo se verá muy pronto afectada por la aparición de un extraño personaje. El mago Gandalf, que acompañado por trece bravucones, pendencieros y bienintencionados enanos arrastrará al hobbit a una aventura suicida: alcanzar Erebor, la Montaña Solitaria, y arrojar de su seno al dragón Smaug, que duerme en el corazón del hogar ancestral del reino de los Enanos.

Las carcajadas de los hijos de Tolkien

A regañadientes, Bilbo montó en su poni junto a Thorin Escudo de Roble, Bifur, Bofur, Bombur, Nori, Ori, Dori, Balin, Dwalin, Oin, Gloin, Fili y Kili. Una lista de apelativos que arrancaba carcajadas a los hijos de Tolkien cuando la recitaba junto a sus camas, en las fases iniciales de la escritura de una historia aparentemente sencilla pero que apuntaba una enorme complejidad interna. En la creación de la Tierra Media, Tolkien invirtió años de arduo trabajo. Tomó como base las mitologías nórdicas y -el propio Gandalf se asemeja a la encarnación humana de Odin, un viejo vagabundo de bastón y larga barba gris-, los cuentos de hadas y su propia fe católica.
Las simbologías cristianas del pecado, la redención, el sacrificio y la comunión se repetirán una y otra vez en el texto, pero sin duda la energía más potente a lo largo de la narración será la propia alma de Tolkien. Como Bilbo, él también fue arrancado de su hogar por unos extraños bienintencionados, ya que fue reclutado por el ejército inglés durante la Primera Guerra Mundial. Combatió en la batalla del Somme, una carnicería inútil que se vería reflejada en sus escritos la batalla de los Cinco Ejércitos o en la de los campos de Pelennor. Y desarrollaría un profundo odio por la guerra y aquellos que transforman árboles en espadas.
Pero todo este ingente trabajo hubiese quedado en nada si Tolkien no se hubiese atrevido a prestarle copias del manuscrito a su íntimo amigo C. S. Lewis (autor de «Las crónicas de Narnia») y a una joven ex alumna suya que trabajaba en la editorial Allen & Unwin. El editor leyó partes del manuscrito a su hijo, que adoró la historia. Finalmente, el 21 de septiembre de 1937 vieron la luz las primeras 1500 copias de «El Hobbit, historia de una ida y de una vuelta». Se agotaron enseguida pues los críticos ensalzaron la novela, su originalidad y la brillantez y densidad del mundo fantástico que Tolkien había diseñado.

El nacimiento de una trilogía

«El camino sigue y sigue, tras la puerta, y muy pronto he de seguirlo», dice la canción que impulsa al joven Bilbo, e igualmente Tolkien se vería arrastrado a escribir una continuación de su historia, cuya popularidad era cada vez mayor a pesar de -o quizás gracias a- la enorme dificultad que planteaba conseguirla, debido al racionamiento del papel durante la Segunda Guerra Mundial. Pero la Tierra Media era demasiado enorme, demasiado vibrante y arrojaba demasiadas posibilidades como para quedarse en el excelente pero ligero argumento de «El Hobbit».
Y así nació la trilogía de «El Señor de los Anillos», los tres volúmenes en los que Tolkien intentaría satisfacer la petición de su editor de «darle más información al público sobre los hobbits» mientras exorcizaba su odio por el nazismo y su profunda aversión a las arañas -le mordió una cuando era muy pequeño. Ambos extremos los negaría Tolkien por activa y por pasiva ante las preguntas de críticos, periodistas y entusiastas, pero pocos le creyeron. Al fin y al cabo el autor tan sólo es el que da el primer paso. Y en estos 75 años transcurridos desde que salieron de la Comarca, los hobbits aún no han dejado de caminar.

domingo, 16 de septiembre de 2012

«Experimento Filadelfia», el misterio del buque fantasma

La leyenda cuenta que los norteamericanos trataron de volver invisible un barco de guerra para luchar contra la Alemania nazi, pero ¿es este mito cierto?

Conocido también por el nombre de «Project Rainbow» («Proyecto Arcoíris») esta historia fue incluso llevada al cine por el director Stewart Raffill hace nada menos que 28 años. Así, en la película «The Philadelphia experiment», este estadounidense cuenta como dos jóvenes oficiales se ofrecen voluntarios para participar en un raro experimento, el que hoy nos ocupa. Pero este mito, tantas veces nombrado a lo largo del tiempo ¿fue real?

Los inicios de la leyenda

Según la leyenda, este experimento comenzó a tomar forma a partir de 1939, año en que una serie de científicos se interesaron por las investigaciones de Nikola Tesla–inventor y experto en electromagnetismo- yAlbert Einstein. Al parecer, y según determinaron los especialistas, creían posible que a partir del trabajo de estos dos expertos podrían lograr curvar los rayos de luz que llegan a los objetos para así volverlos invisibles.
Acorde al mito, el Gobierno de los Estados Unidos se interesó inmediatamente por este proyecto por ver en él grandes aplicaciones militares para sus buques de guerra. Y es que, los barcos norteamericanos estaban siendo arrollados por la potencia de los submarinos U-Boot alemanes en el Atlántico.
Por lo tanto, ante las ventajas que ofrecía esta nueva tecnología, el ejército norteamericano aceptó llevar a cabo un experimento en el que se pretendía, en términos del historiador y periodista Jesús Hernández, «emplear unos generadores eléctricos en el interior de un buque con el fin de formar campos electromagnéticos lo suficientemente potentes como para curvar las ondas de luz y radio alrededor del barco, logrando así hacerlo invisible, no sólo al radar, sino a la vista».
Alrededor de 1943, se seleccionó el navío en el que se realizaría esta prueba, el USS. Eldridge, un destructor de escolta que podía albergar hasta 200 marineros en su interior. Este barco de guerra contaba con un gran armamento para la época, lo que hizo que los responsables lo eligieran para hacer de él un arma definitiva.

El experimento

El experimento, según el mito, fue realizado por científicos norteamericanos (entre ellos, el propio Albert Einstein) e investigadores alemanes contrarios al régimen nazi. Para llevar a cabo la prueba, se seleccionó la base naval de Filadelfia, actualmente dedicada, entre otras cosas, a guardar navíos militares «jubilados».
En términos de Hernández, que insiste en señalar que esta historia no es más que un mito, se hizo una primera prueba «el 22 de julio de 1943» en las aguas del puerto de Filadelfia, y tuvo un relativo éxito. «El destructor quedó cubierto de una extraña luz verde hasta que desapareció a la vista de los testigos. La tripulación quedó en estado de shock y muchos sufrirían posteriormente desórdenes mentales» explica el historiador.
El presunto éxito, provocó que la marina estadounidense planificara una nueva prueba para cerciorarse de que era posible mantener la invisibilidad de este barco durante un largo período de tiempo, lo que haría que pudiese atravesar las líneas enemigas sin ser detectado. La imaginación empezaba a volar y los norteamericanos se creían inventores de la técnica militar definitiva.
Este segundo experimento tendría lugar presuntamente el 28 de octubre de 1943. Pero, esta vez, los resultados fueron mucho más catastróficos. Según la leyenda, alrededor del buque comenzó a materializarse un campo de energía perfectamente visible, a continuación, una neblina verde ascendió desde el casco y, de repente, el Eldridge desapareció. Sin embargo, se podía apreciar que aún se encontraba en el agua debido a las marcas que el peso del barco provocaba en el mar. Se cuenta que, momentos antes de volverse invisibles, varios marineros sufrieron desmayos y uno fue fulminado al instante. A su vez, se narra también que algunos sufrieron combustiones espontáneas o cayeron rendidos al suelo
Después, hubo una explosión luminosa y las marcas en el mar desaparecieron. «En esta ocasión, tras su desaparición en el puerto de Filadelfia, fue avistado durante quince minutos en Norfolk, a 600 kilómetros de distancia, por la tripulación de un mercante» explica el historiador. Por lo tanto no sólo se esfumó ante los ojos de los asombrados expertos, sino que el buque de guerra se teletransportó con toda su tripulación hasta otro punto del planeta.
Para corroborar esta historia, apareció un marinero que afirmaba haber visto en Norfolk durante breves minutos al Eldridge, justo antes de volver a desaparecer para regresar a su lugar de origen: «Un hombre que se identificaría como Carlos Allende, aunque su nombre real era Carl Allen, aseguró que algunos marineros del destructor quedaron fundidos con la estructura de metal del buque. También afirmó que algunos de los supervivientes sufrieron posteriormente súbitas desmaterializaciones»
Según Allende, las consecuencias fueron terribles para la tripulación, ya que los que no murieron sufrieron grandes trastornos mentales. El mito incluso afirma que los marineros que pudieron declarar tras el experimento atestiguaron que, cuando el Eldridge se desmaterializó, se sentían flotando sobre la nada. Tras este accidente, el proyecto fue cancelado inmediatamente, el instrumental desmantelado y los archivos y datos del proyecto presuntamente eliminados

Desmitificando el «Experimento Filadelfia»

A pesar de lo arraigada que está la leyenda del «Experimento Filadelfia» y que determinados investigadores han llegado a afirmar que podría ser cierto, Jesús Hernández, especializado en la II GM, no comparte esta opinión. «Hay que tener presente que este supuesto experimento no es más que un mito, sin que exista ninguna evidencia de que hubiera podido tener lugar» establece.
Para empezar, y entre los muchos elementos con los que no está de acuerdo, sentencia que es imposible que Albert Einstein participara en el proyecto. «Nadie pudo haber colaborado en él. Si se ha unido el nombre de Einstein al Experimento Filadelfia es porque este científico trató de unificar el electromagnetismo y la gravedad mediante una única teoría, aunque no tuvo éxito en el empeño; de ahí se ha deducido, sin ninguna base, que Einstein pudo haber estado detrás del experimento», asevera.